A principios de los años cincuenta María Elvira Lacaci, nacida en Ferrol, se trasladó a Madrid donde vivió hasta su muerte. En los años sesenta se casó con Miguel Buñuel (Castellote, 1924 - Madrid, 1980), autor de cuentos infantiles, novelista y crítico del cine; posteriormente el matrimonio fue declarado nulo. Lacaci combinó la creación literaria con la docencia; además de de poesía, publicó literatura infantil. Pasó los últimos años de su vida en la Residencia “Santísima Trinidad” de las Hermanas Josefinas.
Durante una década, finales de los cincuenta hasta finales de los sesenta, Lacaci se destacó en el mundo literario. En 1956, por su libro Humana voz, fue la primera mujer en recibir el Premio Adonais; en 1964 fue dotada con el Premio de la Crítica por Al este de la ciudad; y en 1967, el cuento “La instancia” recibió una Hucha de Plata. Su poesía funde preocupaciones sociales con una sensibilidad cristiana. Su predilección por indagar temas de injusticia social y por un lenguaje poético accesible, cotidiano y conversacional, coincide con los gustos de la poesía social de la época, y es incluida en la Antología de la Poesía Social (1965) de Leopoldo de Luis.
La temática religiosa en su obra no se limita a la caridad cristiana frente al pobre; también abarca la desolación del ser en busca del sustento y de la compasión de Dios. Predomina un tono intimista cuando en momentos de extrema desesperación el yo poético entabla una conversación con Dios. En “Tu imagen” (El sonido) la poeta reconoce que el tono informal con que se dirige a Dios sale de la norma: “También, a veces, / me dicen que blasfemo--por hablarte en amigo--, que humanizo tu imagen / y que no eres así” (58). En El sonido de Dios predominan los poemas religiosos que oscilan entre una llamada desesperada y el arrobo. “Dime”, por ejemplo, expresa la soledad y miedo frente al desconcertante silencio de Dios. La duda atormenta, y la voz poética ruega que Dios la escuche: “Dime que cuando hablo –que sólo a Ti te hablo-- / vas recogiendo mis palabras leves. Apretándolas / sobre tu corazón. Como presiento:” (17). Con menos frecuencia, en “Mi puño cerrado” y “La margarita”, por ejemplo, resalta la plenitud de una entrega incondicional a Dios. “La margarita”, que incorpora como intertexto el juego de deshojar la flor diciendo ‘me quiere, no me quiere’, concluye con una exaltada afirmación: “Me lancé hacia tus pies / y apasionadamente dije: ‘¡Sí’’ (43).
Conjuntamente, poemas, como “El traje nuevo” (Humana) y los primeros de Al este de la ciudad , formulan una poética anti-esteticista que busca la palabra “sencilla / Acaso pobre” (Al este 11). José Luis Cano, describiendo el estilo de Lacaci, enfatiza el “desnudo realismo con que la autora trataba los temas, sometiéndolos a una voluntaria orfandad de galas retóricas”1. La poeta quiere evitar que se cuelen en sus versos el “organdí”, las “brillantes lunas” (Al este 11), perfumes, música angelical, y “Los oros de otoño” y “Los trinos” (Humana 41). Reconoce que su forma de escribir es rebelde:
No. No es correcto. Lo sé,
el presentarme así todos los días.
A mi modo. Rebelde.
Llevando de la mano--igual que las gitanas a la puerta del Metro--,
palabras mal peinadas. Andrajosas. Desnudas. (Humana 41)
Como Juan Ramón Jiménez en “Vino, primero, pura”, Lacaci recurre al vestimento femenino para expresar su poética. Si ambos poetas rechazan el adorno excesivo, sus fines son distintos. Jiménez anhela la esencia pura de las cosas mientras Lacaci, como Gloria Fuertes, desea hablar sencillo y claro para que la entienda el pueblo—los obreros y los marginados: “Me siento vagabunda de las Letras. / Quiero comer mi pan con el mendigo. Beber vino de todos” (Al este 13). Es una poesía de escasos tropos y figuras retóricas, pero sí de una enorme carga emocional.
La preocupación social se manifiesta principalmente en Al este de la ciudad, aunque algunos poemas de Humana voz anticipan la solidaridad con los humildes. Lacaci siente llamada a ser una voz de la multitud que lucha frente a la vida, igual que ella: “Mi corazón, rebelde, se adhería a lo suyo, a la corteza gris. De la Miseria” (Al este 30). Es una complicidad que no juzga al prójimo sino lo arropa con compasión. En “Nochebuena del mendigo” no importa que el mendigo gaste la moneda recibida en bebida: “Y me sentí feliz al alejarme, / pensando que mi duro / lo tornaría en vino. / Y que tal vez cantase villancicos / abrazado / a una farola pálida de luna” (Al este 144). A Lacaci le duele el clasismo. En “Los obreros” denuncia su propia educación burguesa que le hizo temer a obreros como si tuvieran veneno en las venas. En “Voz de los humildes” contrasta una chabola “hecha con latas viejas / donde aún se leía: / pimentón, escabeche, azafrán y membrillo” con “‘Pisos de lujo. Un millón. Facilidades…’” (Al este 118). La poeta anticipa problemas sociales todavía no resueltos en el siglo XXI: el racismo (“En el autobús”, la inhumana institucionalización de los niños y los mayores “Providencia del Niño y del Anciano (Institución Benéfica)”, la urbanización lucrativa que desplaza a los pobres “Réquiem por unos barracones”, la falta de viviendas a precio accesible “Les han robado el sol”, y los servicios de salud inadecuados (“Oración del tabique” Al este).
El costumbrismo de Lacaci, que retrata la vida cotidiana de los barrios marginados, es una aportación original a la poesía social. Refiriéndose a los vecinos dice: “Ventana miserable, pero sin miseria” (Al este 97). Describe de forma realista las penurias pero también deja entrever pequeñas bellezas y alegrías que afirman la vida (“Los borregos”, “Calle de Leonor González”, “Ropa tendida” y “El chonchón azul”). Esta patina idealizadora en el retrato realista llega a mitificar al pueblo: “Ellos caminan siempre erguidos. Mitológicos seres / que pueden más que la inclemencia toda” (Al este 123).
Es importante recalcar la manera en que Lacaci recrea el pulso diario del espacio urbano. Su realismo tiene un componente geográfico: “los poemas casi siempre están localizados en un lugar de la capital: la Gran Vía, la Puerta del Sol, Cuatro Caminos, San Francisco el Grande, los barrios de Vallecas y de Usera, Peña Prieta, Calle de Leonor González”2. De mayor interés aún es la manera en que logra comunicar el impacto abrumador de la ciudad. Es en Madrid donde el sujeto poético sufre una crisis personal desorientadora y de hondo dolor, y donde la fe tambalea. Los ruidos, el asfalto sin vegetación, el ir y venir por la ciudad son ecos de un trastorno en crescendo. La poeta evoca “las voces irritadas de los taxistas, el ruido de las verbenas populares, el chirriar de los tranvías o el jadear de los autobuses, y también la furia y el odio, pocas veces la solidaridad, de la multitud en el metro”3. El traslado al centro urbano deja al yo poético deshecho, muerto en vida: “Yo todo irá gritando en su lenguaje / mudo, esta muerte que hoy vivo / sobre asfalto / --muerte sin tierra que es la peor muerte--” (Humana 74). Se encuentra hundida en una soledad hiriente que la aísla: “Aquí en esta pensión / las arrugas / comienzan a nacerme ya en el alma, / Deseo hablar y nadie recogerá calientes mis palabras” (Humana 70). A veces dialogar con Dios logra tranquilizarla, y otras veces son los recuerdos de la niñez, sobre todo el amor maternal, aludido en poemas como “La cobra”, “Mi madre, y “La voz”, que le salvan. Se establece una contraposición entre lo urbano y el pueblo natal en el cual el calor humano, la fe y la naturaleza forman un Edén perdido. “En elegía ante un retrato” el personaje poético contempla una fotografía suya de cuando tenía dos años: “La vida le ha marcado un tatuaje / que la hace diferente de los demás seres. / Su carne es una cicatriz. Es la gran cicatriz de la agonía” (Al este 67).
Otro acierto de Lacaci es su realismo temporalista, o sea “el Madrid evocado es el de los años cincuenta con las colas para el autobús, las viviendas subvencionadas—las mujeres vendiendo los billetes el metro con el precio subido, los ciegos en las esquinas vendiendo los número ‘iguales’, las canciones de actualidad –el Rio Kwai”4. Un matiz del realismo temporalista que sobresale es la cotidianidad de la construcción del género. En los poemas se trasparentan las normas del comportamiento femenino de los años cincuenta. Especialmente reveladores son “Corista” y “Piropo”. En aquél, la poeta se asombra de la agencia y del dinamismo de una corista que se hospeda en la pensión, pero al final la rechaza por su falta de caridad cristiana. Hay rechazo sí, pero también admiración, evidente cuando la poeta compara el entusiasmo con que la corista habla de la belleza de su cuerpo con el que ella misma utilizaba al hablar de su “último poema terminado” (Al este 153). Otros poemas confirman la internalización de la posición subyugada de la mujer en la época de posguerra: “así soy de pequeña” (Al este 47), “con esa estupidez tan femenina / que nos delata siempre” (Humana 24), “Este pequeño corazón es bobo” (11), “zapatos tímidos que arrastra” (Humana 77), y el rechazo del cuerpo, menos que la carne se entrega a Dios: “He llegado así a odiarte, oh carne” (Al este 37).
Si en general el personaje poético cumple con el comportamiento femenino normativo de la posguerra—modesta, obediente, silenciosa, religiosa—hay momentos de rebelión. Aparte de ser escritora cuando a las mujeres se les premiaban por encerrarse en la esfera doméstica, hay ocasiones en que el yo, desentendiéndose de la conducta normativa, se revienta. En “El espejo ovalado”, por ejemplo, sin pensar en lo que dirán los vecinos, golpea desesperadamente las paredes de la pensión intentando convencerse a sí misma que “¡Dios es bueno!” (Al este 51). En “El restaurante” harta de ver obreros que no pueden pedir más que un primer plato, tira una
naranja, y frecuentemente, en vez de callarse, grita, incluso le grita a Dios: “Fue un alarido / sobre la noche de tu gran silencio / ¡TIENES QUE HACER JUSTICIA!” (Sonido 31).
Notas
1José Luis Cano. Poesía española contemporánea. Las generaciones de posguerra. Madrid: Guadarrama, 1974, pág. 182.
2José Luis Cano. op. cit., pág. 184.
3Ibid., pág. 183.
4José Luis Cano. op. cit. 184.
Bibliografía de la autora
(1963). Al este de la ciudad. Barcelona: Flors.
(1956). Humana voz. Madrid: Rialp.
(1965 ). “Poética”. Poesía social. Antología. Compilador Leopoldo de Luis. Madrid: Alfaguara.
367-368.
(1962). Sonido de Dios. Madrid, Rialp, Col. Adonais.
(1965). El rey Baltasar (prosa juvenil). Madrid: Doncel
(1966). Tom y Jim (prosa juvenil) Madrid: Doncel.
(1968). Molinillo de papel (poesía infantil).Madrid: Ed. Nacional.
Bibliografía selecta sobre la autora:
Cano, José Luis (1974). Poesía española contemporánea. Las generaciones de posguerra. Madrid: Guadarrama. 181-187.
Uceda, Julia (1998). “María Elvira Lacaci o la desolación sin retorno”. Ferrol análisis 13: 70-73.
Ihrie, Maureen y Perez, Janet. Eds. (2002 ). The Feminist Encyclopedia of Spanish Literature. Westport,Ct.: Greenwood Vol. I.
Galerstein, Carolyn L. Ed. (1986). Women Writers of Spain. An Annotated Bio-Bibliographical Guide. Westport, Ct.: Greenwood.
La vocación poética de María Teresa Cervantes (Cartagena, 1931) es incuestionable. A pesar de circunstancias poco propicias a que fuera poeta, lleva casi siete décadas en el oficio. Su mirada contemplativa y su deseo de escribir se revelaron pronto pero también obstáculos en el camino de ser poeta. La construcción del género vigente en la posguerra exigía que la mujer internalizara el pudor y el instinto de callarse, distanciándola de la esfera pública del mundo literario. La posición precaria de la mujer escritora en los años cincuenta es evidente en el proceso de la publicación del primer libro de María Teresa. A pesar de tener veintitrés años, sus mentores—tres hombres—sintieron la necesidad de hablar con su padre sobre la posible publicación, y otro señor decidió cuáles poemas figurarían en el tomo1. Ser “niña de la guerra” supone otro obstáculo para la realización de la vocación poética. La destrucción física del país, los estragos emocionales ocasionados por el conflicto, y la pobreza y censura de la posguerra confluyen en un ambiente poco alentador para la vida cultural. Frente a las circunstancias socio-históricas desfavorables, María Teresa Cervantes optó por un contorno más estimulante para su formación intelectual y su vocación poética. Sus estudios en Francia—Diploma Superior de Estudios franceses Modernos (Alianza Francesa, París, 1968) y Diploma de Literatura Francesa (La Sorbona, Paría 1969) —y su prolongada estancia en Alemania como empleada de la Comisión de Servicios de la República Federal de Alemania impartiendo clases de Lengua y Literatura en Bonn a hijos de emigrantes españoles, le permitieron participar en un amplio y variado contexto cultural. Si inicialmente residir en el extranjero fue un estímulo para la creatividad, con el paso del tiempo estar alejada de los centros de producción literaria de España profesionales—aleja a los escritores de sus coetáneos, imposibilitando unirse al grupo que define
crea otro obstáculo para la carrera poética. Emigrar—sea por razones políticas o por necesidades su generación. El distanciamiento lleva el riesgo de la marginalización, de no figurar en las
antologías y los actos claves que determinan el canon literario. Afortunadamente, este no es el caso de María Teresa Cervantes. Perseveró y a partir de los años 1990, con la dotación del Premio Emma Egea por el libro El desierto, se empieza a valorizar públicamente su obra, un reconocimiento que ha aumentado desde su regreso definitiva a España en 2003 como también el ritmo de publicación. En 2005 recibió el Premio de Honor Ateneo, en su ciudad natal.
Explorar la identidad elusiva, cambiante, y temporal del ser inmerso en el dolor existencial es un elemento esencial de la obra, una preocupación que sintetizan estos versos de “Que extraño este latir”: “Pero, ¿quién escribe y quién habla / por ésta que me oprime / y apenas si me deja respirar? / ¿Soy sueño, soy quimera, soy olvido, / o quizás algo más hondo que nunca he de saber? (El desierto). Repetidamente la poeta busca saber ¿Quién soy yo?, reconociendo que el yo está compenetrado con los otros—“Mi YO es también conciencia de otros”— y con el paisaje —“Sí, en mi alma existe igualmente una cierta compenetración con el paisaje, siempre fue así” (“Poética” 354). Cervantes se empeña en encontrar respuestas, pero el enigma del ser persiste. A veces reconoce que, más que llegar al conocimiento del yo, llega a la realización de que ella misma lo construye y des-construye en la escritura, como revelan estos versos de Sin testigos: “La tierra me empapaba de dudas y preguntas / Y me mentí de nuevo para nacerme otra” (13).
El deseo de plasmar el ser íntimo en el texto desemboca en la memoria de una niñez de sufrimiento y miedo a causa de la guerra civil. En “Pienso en el río que se avanza”, el yo individual se confunde con una visión de las generaciones que comparten la experiencia del conflicto bélico. El uso de la primera persona plural capta la visión colectiva: “Vivimos en la hora del temor / en la arena caliente de la duba. / No supimos crecer, / seguimos siendo lo que siempre fuimos: / niños, niños miedosos / que no nos atrevemos a levantar la voz” (El desierto 20). La memoria traumática se planta en la psique. Se trata de un miedo permanente que no se disipa. Una metáfora original, elaborada con la imagen de un tren, comunica con intensidad el estado anímico descubierto al indagar su propia mismidad: “Retengo el negro intenso / de aquellos trenes lentos de mi infancia” (El desierto 40).
Una consciencia de la temporalidad y del proceso de maduración y envejecimiento, intensificada por el distanciamiento del contorno originario, contribuye substancialmente a la inestabilidad y la angustia del yo y a la necesidad de afirmarse en la escritura: “Aún soy María-Teresa, la de entonces, / confusa de mi origen, vacilante” (Lluvia reciente 16). Momentos de ensoñación solitaria, los recuerdos del amor, y la naturaleza son otras rutas transitadas por la poeta en la exploración de la identidad. El enigma no se resuelve pero eso no impide que la poeta se dé por vencida. María Teresa Cervantes insiste, persevera en la búsqueda a través de la palabra poética, como confirman estos versos de un libro reciente: “Yo era ¿quién? Nunca lo supe, / ni aún después de haber sido la que soy” (Al fondo de la escena 31).
NOTAS
1“Biografía”. http://mariateresacervantes.webs.com/ , sin pág.
Bibliografía de la autora:
(1954). Ventana de amanecer. Cartagena: [s.n.].
(1962). La estrella en el agua. Cartagena: Athenas Ediciones.
(1966). Lluvia reciente. Cartagena: Baladre.
(1982). El viento seguido por La mesa del azar. [s.l.]: Levante.
(1985). A orillas del Rhin. Poemas 1971-1985. Bonn: [s.n.].
(1988). Edificio póstumo. Madrid: Torremozas.
(1989). El bostezo del león. Madrid: Torremozas.
(1990). Sin testigos. Madrid: Torremozas.
(1994). El desierto. Cartagena: Fundación Emma Egea.
(2006). El tiempo es todo mío. Madrid: Vitruvio.
(2007). La palidez del eco. Madrid: Huerga y Fierro.
(2011a). Al fondo de la escena Madrid: Huerga y Fierro.
(2011b). Cartas a un apátrida. Madrid, Huerga y Fierro.
(2011c). Edificio del recuerdo (memorias). Madrid: Huerga y Fierro.
(2013). Los rostros del silencio. Murcia: DM.
Bibliografía selecta sobre la autora:
Martínez Pastor, Manuel. “Prólogo”. El desierto de María Teresa Cervantes. Cartagena:
Fundación Emma Egea, 1992. 7-9.
Madrid, Manuel. “Entrevistas. Estío a la murciana. María Teresa Cervantes.” Laverdad.es, 23 de julio de 2013. http://verano.laverdad.es/entrevistas/estioalamurciana/3703-maria-teresa-cervantes
Enlaces
http://web.archive.org/web/20140809164620/http://mariateresacervantes.webs.com/
Rosa Romojaro nació en Algeciras (Cádiz) en 1948. Es catedrática de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Universidad de Málaga. Como investigadora es autora de ensayos críticos sobre el mito clásico en Garcilaso, Góngora, Lope de Vega, y Quevedo, sobre los poetas contemporáneos José Moreno Villa y Manuel Altolaguirre y de los siguientes ensayos teóricos: Lo escrito y lo leído. Ensayos sobre literatura y crítica literaria (2004) y Teoría poética y creatividad (2010). Como creadora ha publicado una novela, Páginas amarillas (1992), una colección de relatos, No me gustan las mujeres que lloran y otros relatos (2007), y Rodear la tarde (2003), una recopilación de artículos de opinión originalmente publicados en el periódico Diario Sur. Romojaro reconoce que el género que más le atrae es la poesía. Como poeta ha publicado Secreta escala (1983), Funambulares mar (1985), Agua de luna (1986), La ciudad fronteriza (1988), Poemas sobre escribir un poema y otro poema (1999), Premio Manuel Alcántara; Zona de varada (2001), Premio Ciudad de Salamanca; Poemas de Teresa Hassler (Fragmentos y ceniza) (2006), Premio Jaén de Poesía; Cuando los pájaros (2010), Premio Antonio Machado y Premio Andalucía de la Crítica; y Mirar el mundo (2014), antología de su obra poética. Es miembro de la Real Academia de Córdoba y de la Real Academia de Antequera.
No es fácil situar la poesía de Romojaro dentro de las tendencias poéticas dominantes del siglo XX tardío, pero sí identificar algunas características que definen su obra. En una poética la autora nos da una clave al hablar de una gran tensión entre “una emoción a flor de piel y el intento de distanciarla” (“Poética” En voz alta 718). Existe un proceso creador centrífugo, un movimiento desde lo interno subjetivo hacia la objetividad de un poema artefacto cuidadosamente pulido. Romojaro reconoce el impulso centrífugo en su poesía inicial: “Comenzar escribiendo desde dentro, ir a buscar allí imágenes y símbolos. En el folio: lo barroco, lo hermético: forma probable de ocultación de lo no dicho” (“Poética”, La Torre). No sólo el discurso barroco hermético, sino también el simbolismo, la alegoría, y alusiones a figuras mitológicas y literarias dan la impresión de una intimidad distanciada. En una entrevista la poeta explica que en Agua de luna encubre la experiencia erótica en recursos barrocos y en La ciudad fronteriza, en un discurso surrealista (“Conversación” 117). El poema “Minué” ilustra como en vez de un yo poético en primera persona, se alude a un personaje literario, la Ofelia de Shakespeare: “The moon is my mother—dijo Ofelia, la simple, / mecida en sus lianas, cayendo en el ardid / del pezón plateado: de la verga de sémola–" (Agua de luna, 65).
A lo largo de la trayectoria poética de Romojaro sobresale el simbolismo, sin duda una reflexión de una formación nutrida por los poetas de la Generación del 27 como Jorge Guillén. Romojaro personaliza los símbolos y los hace polivalentes, potenciando su valor expresivo. En Cuando los pájaros, por ejemplo, “cada uno de los elementos puede llegar a tener varias caras; significados que se acomodan a los distintos estados de ánimo” (González). Además, el simbolismo contribuye a la tensión que percibe el lector entre el revelar la intimidad y mantenerla “velada y salvaguardada” (Gámez Milán). El lenguaje poético de Romojaro no se caracteriza por el exceso ni por la exuberancia, sino por la depuración y la concisión: “Todo en la poesía de Rosa Romojaro está cuidado con esmero: el lenguaje, la palabra (ésa que alivia, que cura), cada verso que pule con delicadeza y que libera de sentimentalismos y de gestos innecesarios” (González).
El distanciamiento de la intimidad a través de alusiones literarias, un discurso barroco, y el formalismo métrico no disminuye la fuerza emocional del poema. Al contrario, la emoción pulsa por debajo de la veladura discursiva hasta que, en el proceso de descodificación, se libera su intensidad. Refiriéndose a Zona varada, José Luis García Martín afirma: “La emoción va por dentro; su verso, que parece frío, abrasa”. Túa Blesa igualmente recalca la dicotomía entre una aparente frialdad y la intensidad afectiva de la poesía de Romojaro: “Pudiera parecer lo ya dicho que estamos ante una escritura fría por la teorización no es así; poema tras poema la reflexión camina anudada a una sensualidad sostenida en lo que es en todo momento una voz emocionada”.
La poesía de Romojaro evoluciona, y es posible identificar una segunda etapa que consta de los libros Teresa Hassler (Fragmentos y ceniza) y Cuando los pájaros. A partir de Teresa Hassler es evidente en “una progresiva conquista de una voz más personal a la vez que en un despojamiento retórico” (Gámez Millán). La poeta comenta que en su quehacer poético suele buscar la perfección técnica pero que en Teresa Hassler “se ha dejado llevar por los sentimientos y las emociones”, reflejado en “la instauración de la primera persona como voz recurrente” (Cortés, “R. Romojaro combina”; Gámez Millán). No adopta una poética radicalmente distinta, al contrario, las novedades conviven con elementos de la primera etapa. Por una parte, el personaje de Teresa Hassler distancia el yo íntimo, pero por otra, cede su papel de protagonista dejando un espacio para el yo autobiográfico de la poeta. La presencia del heterónimo establece un juego de identidades. ¿Quién habla? ¿Teresa? ¿El yo hablante a sí mismo en un desdoblamiento temporal? ¿El yo de una autora que quiere todavía encubrirse? El libro representa un paso hacia una poesía más directa. La misma tendencia se mantiene en Cuando los pájaros: “Su voz poética acorta entonces las distancias para hacerse primera persona en la mayoría de los poemas” (González).
En la segunda etapa se discierne también cambios de enfoque. García Martín clasifica un libro de la primera etapa, Zona varada, como elegíaca y temporalista, señalando que en ella la poeta “no canta el goce del existir, sino el precario vivir” y Ángel Prieto de Paula caracteriza La ciudad fronteriza como “poesía de pérdidas”. En Poemas de Teresa Hassler, la amenaza que ensombrece, relacionada con la maldad, la muerte, y la angustia existencial retrocede, deja un espacio—especialmente en la segunda parte del libro—a una voz que se entrega aleatoriamente a la vida: el amor, la pasión y la plenitud del aquí y ahora. En Cuando los pájaros la nueva actitud proviene de la afirmación de la palabra poética. Es un libro que “responde al deseo del decir, un anhelo que se presenta como la salvación del yo y como rescate de las cosas, del tiempo del espacio” (Romojaro cit. en Cortés, “R. Romojaro: En la poesía”).
Obras citadas
Blesa, Túa. “Cuando los pájaros. Rosa Romojaro”. El Cultural. 4 marzo 2011.
http://www.elcultural.com/revista/letras/Cuando-los-pajaros/28776
Cortés, Rafael. “Rosa Romojaro combina realidad y ficción en su nuevo poemario”. Diario Sur.
13 septiembre 2006. https://www.diariosur.es/prensa/20060913/cultura/rosa-romojaro-combina-realidad_20060913.html
-----. “Rosa Romojaro: ‘En la poesía es donde me conozco más a mí misma’. Diario
Sur. 14 mayo 2011. https://www.diariosur.es/v/20110514/cultura/rosa-romojaro-poesia-donde-20110514.html
Gámez Millán, Sebasián. “‘Mirar el mundo’, antología poética de Rosa Romojaro.” Culturamas. Revista de
información cultural en internet. 19 octubre 2017.
http://www.culturamas.es/blog/2017/10/19/mirar-el-mundo-antologia-poetica-de-rosa- romojaro/
García Martín. José Luis. “Zona varada”. El Cultural. 11 julio 2001. pág. 12.
González, Almoraima. “La vida entera después de la batalla”. Cuadernos Hispanoamericanos.
Núm. 729, marzo 2011. http://www.cervantesvirtual.com/obra/la-vida-entera-despues-de-la-batalla-resena/
Prieto de Paula, Ángel L. “Semblanza y crítica”. Biblioteca virtual. Miguel de Cervantes.
http://www.cervantesvirtual.com/portales/rosa_romojaro/semblanza/
Romojaro, Rosa. Agua de luna. Málaga: Diputación de Málaga, 1986.
-----. “Conversación”. Conversaciones y poemas. La nueva poesía femenina española en
castellano. Madrid: Siglo XXI, 1991. 113-123.
-----. “Poética”. En voz alta. Las generaciones del 50 y del 70 de Sharon Keefe Ugalde.
Madrid: Hiperión, 2007. 717-720.
-----. “Poética”. La Torre de Montaigne. http://latorredemontaigne.com/2015/11/rosa-romojaro- 2/
Obras de Rosa Romojaro.
Poesía
Secreta escala. Málaga: Universidad de Málaga, 1983.
Funambulares mar. Málaga: Librería Anticuaria El Guadalhorce, 1985.
Agua de luna. Málaga: Diputación de Málaga, 1986.
La ciudad fronteriza. Granada: Don Quijote, 1988.
Poemas sobre escribir un poema y otro poema. Málaga: Málaga Digital («Enclave de Poesía»),
1999.
Zona de varada. Sevilla: Algaida, 2001.
Poemas de Teresa Hassler (Fragmentos y ceniza). Madrid: Hiperión, 2006.
Cuando los pájaros. Madrid: Hiperión, 2010.
Mirar el mundo. Málaga: ETC El Toro Celeste, 2014.
Narrativa
Páginas amarillas. Barcelona: Anthropos, 1992.
No me gustan las mujeres que lloran y otros relatos. Algeciras: Fundación Municipal de
Cultura José Luis Cano, 2007.
Obra teórica y crítica
José Moreno Villa. Antología poética. Ed. Rosa Romojaro. Sevilla: Editoriales Andaluzas
Unidas-Don Quijote, 1993.
Lope de Vega y el mito clásico. Málaga: Universidad de Málaga, 1998.
Funciones del mito clásico en el Siglo de Oro (Garcilaso, Góngora, Lope de Vega, Quevedo),
Barcelona: Anthropos, 1998.
Lo escrito y lo leído. Ensayos sobre literatura y crítica literaria. Barcelona: Anthropos, 2004.
Bibliografía de Manuel Altolaguirre (Obra literaria, ediciones y referencias críticas).
Benalmádena: EDA, 2007.
La poesía de Manuel Altolaguirre (Contexto. Claves de su poética. Recepción). Madrid: Visor,
2008.
Manuel Altolaguirre. Islas del aire. Ed. Rosa Romojaro. Sevilla: Renacimiento, 2008.
Manuel Altolaguirre. Versos originales, Antología poética. Ed. Rosa Romojaro. Sevilla:
Renacimiento, 2010.
Teoría poética y creatividad. Barcelona: Anthropos, 2010.
Ensayo periodístico
Rodear la tarde. Málaga: Sarriá, 2003.
En su fase actual, el grupo POESCO se encuentra trabajando en el estudio histórico y filológico de la poesía española publicada a lo largo del período histórico de la Transición a la democracia, un período tan breve como intenso de nuestras letras, en el que tiene lugar uno de los momentos más fecundos de la poesía española reciente por lo que toca a la convivencia de diversas tendencias poéticas, pero también porque coexisten en el panorama literario cuatro generaciones distintas.