Felipe Benítez Reyes (Rota, Cádiz, 1960)
Los inicios literarios de Felipe Benítez Reyes (Rota, Cádiz, 1960) se remontan a principios de la década de los años setenta, cuando estudia en las aulas del colegio jesuita San Luis Gonzaga, de El Puerto de Santa María, el mismo centro que acoge en otro tiempo a tres alumnos que terminan siendo poetas ilustres: Fernando Villalón, Juan Ramón Jiménez y Rafael Alberti. Por entonces, la lectura de los textos variopintos de una Historia Universal de la Literatura editada por Santillana constituye una suerte de simiente de la imaginación, la fantasía, la fabulación. El descubrimiento de aquellas ficciones supone el origen remoto de una obra creativa que anima al lector a observar la realidad desde ángulos cotidianos y singulares, a percibir la vida como algo rutinario e insólito a la vez. Por ello, la crítica y el propio autor han mencionado la chistera, el mago, el espejo, el espejismo y el caleidoscopio como imágenes e ideas que valen para interpretar su poética y su quehacer literario. Si en el principio es la lectura, al poco llega la escritura en forma de letras de canciones en inglés, un conato de novela a la altura de 1974, algunos caligramas y poemas surrealistas. Para encauzar ese gusto por la literatura y esa inclinación a la escritura, a finales de los setenta estudia Filología Hispánica en las universidades de Cádiz y Sevilla. Todo queda rematado con la publicación primeriza de unos cuantos poemas bajo el título de Estancia en la heredad (1979). De aquella parte a esta Benítez Reyes se ha dado a la creación en su sentido más amplio y noble en el campo la poesía, la narrativa, el teatro, el ensayo, el articulismo, el dietarismo, la traducción, los blogs, el collage, etc.
Con el asentamiento de la transición y la democracia viene un número notable de poemarios con el parabién de la crítica y el respaldo de algunos premios. En los ochenta da a conocer Paraíso manuscrito (1982); Los vanos mundos (1985); Pruebas de autor (1989), Premio Luis Cernuda; y La mala compañía (1989), Premio Ciudad de Valencia. Los noventa traen consigo Sombras particulares (1992), Premio Fundación Loewe; Vidas improbables (1995; con reedición aumentada), Premio Ciudad de Melilla, Premio de la Crítica y Premio Nacional de Literatura; El equipaje abierto (1996); Escaparate de venenos (2000); La misma luna (2006); Las identidades (2012) y Ya la sombra (2018), Premio Tiflos, a lo que hay que añadir recopilaciones como Poesía 1979-1987 (1992), Premio de Literatura Ojo Crítico Segundo Milenio; Paraísos y mundos (Poesía reunida) (1996); Trama de niebla (Poesía reunida, 1978-2002) (2003) y Libros de poemas (y otros poemas, 1978-2008) (2009).
La lectura de estos poemarios arroja algunas evidencias y constantes. La aparición pública de sus primeros títulos (1982, 1985 y 1989) lo enclava de pleno en el grupo de poetas que toman cuerpo en la década de los años ochenta y que la crítica ha bautizado, entre otros, con el marbete de generación de los 80. El cultivo de un realismo figurativo, la reivindicación de una nueva sentimentalidad, la concepción del arte como un juego, la recreación de vivencias urbanas, la poetización de la cotidianidad, la deuda con la memoria, el peso de la temporalidad, el sentido ético de la escritura, la tendencia a la rehumanización y otros rasgos perceptibles en muchos de sus poemas; la amistad y el diálogo poético con gente como Luis García Montero, Carlos Marzal, Luis Alberto de Cuenca, Vicente Gallego, Abelardo Linares, Francisco Bejarano, etc.; la dirección de revistas literarias como Fin de siglo (junto al mencionado Bejarano) y Renacimiento; la presencia en los catálogos de colecciones y editoriales como Maillot Amarillo de Granada, Renacimiento de Sevilla, Mestral de Valencia, Visor de Madrid; todo esto, referido particularmente a la década de los años ochenta, sitúa a Felipe Benítez Reyes en la órbita de la poesía de la experiencia por mucho que este rótulo exija sus matizaciones y a estas alturas tenga más detractores que defensores. El mismo Benítez Reyes ha presentado sus reparos a tal inclusión y desde luego dejarlo estancado ahí es inapropiado en la medida en que los pasos que su trayectoria sigue demuestran que ha sabido madurar y evolucionar desde aquellos supuestos iniciales de la llamada poesía de la experiencia.
De Paraíso manuscrito a Ya la sombra se asiste a la formación de una voz diferenciada de sus primeros compañeros de viaje marcada por algunas señas de identidad: la elaboración y la precisión estilísticas; la preocupación por el paso del tiempo y la reflexión sobre el presente; una actitud contemplativa; una visión estoica del mundo; un escepticismo hacia los trascendentalismos; la perplejidad ante la existencia; un desencanto vital que ronda lo nihilista; el sentido del humor; un registro irónico que deviene en un distanciamiento con respecto a lo contado; una mirada singular sobre las escenografías urbanas; un compromiso ético y civil; una conciencia reflexiva ante el porvenir común; la idea de que la poesía es un género de ficción; etc. Y sobre ese fondo tenemos la recurrencia a una serie de motivos: el abordaje de lo amoroso, el paso del tiempo, la fugacidad irrecuperable, el destino del hombre, la vida bohemia, la ilusión frustrada, la propia identidad y su representación poética, la escritura, el arte, los paraísos perdidos, las derrotas personales, lo absurdo y lo azaroso, la memoria y sus fantasmas, etc.
Asimismo ha publicado varias novelas en las que ha manifestado unas excelentes dotes como narrador: Chistera de duende (1991), sobre el escritor Gonzalo de Lerma; Tratándose de ustedes (1992), sobre los límites de la ficción y la realidad a partir del bibliófilo Arruza; La propiedad del paraíso (1995), sobre la memoria de una infancia trenzada por la alegría, la inocencia y el dolor; Humo (1995), Premio Ateneo de Sevilla, sobre las ilusiones y los fracasos a través de Lucas Lerma; El novio del mundo (1998), protagonizada por Walter Arias, una especie de filósofo hecho de contradicciones; El pensamiento de los monstruos (2002), sobre el polifacético Yéremi Alvarado; Mercado de espejismos (2007), Premio Nadal, sobre el robo de obras de arte a modo de parodia de las novelas de intriga histórico-esotéricas; y El azar y viceversa (2016), en la estirpe de la narrativa picaresca y con una perceptible pátina de relato inspirado en las vivencias del propio autor en su contexto gaditano y roteño.
También ha escrito al alimón con Luis García Montero la novela Impares, fila 13 (1996). Y ha ido construyendo relatos memorables que le ha valido los premios Mario Vargas Llosa NH, Tiflos y Hucha de Oro y que ha terminando agrupando en colecciones: Un mundo peligroso (1994), con cuentos escritos desde 1982 a la fecha de su publicación; Maneras de perder (1997); Formulaciones tautológicas (Informes y collages) (2010); Cada cual y lo extraño (2013), elegido por los lectores de El País como el mejor libro de cuentos publicado en España en 2013; y 15 ficciones en vilo (Miniaturas narrativas) (2013). Esos veintiséis años de narrativa corta han dado de sí la recopilación Oficios estelares (Los relatos, 1982-2008) (2009), que incluye Un mundo peligroso, Maneras de perder y el inédito Fragilidades y desórdenes, cuyos 17 relatos escribió entre 1999 y 2008. Incluso ha tanteado la literatura juvenil: Lo que viene después de lo peor (1998), Los libros errantes (2006) y El caballo cobarde (2008). En fin, su inquietud creativa le lleva a indagar en los vericuetos de la reflexión y el ensayo en obras como El intruso honorífico (2019), Premio Manuel Alvar de Estudios Humanísticos.
En este ya largo elenco narrativo y ensayístico no pasan desapercibidos el extraordinario dominio estilístico y la riqueza verbal de su prosa, quizás una deuda proveniente de su impronta genuina de poeta que demuestra que Benítez Reyes responde al perfil de escritor completo justamente dotado para la creación y la escritura. Tampoco se oculta en estas prosas una envidiable imaginación puesta al servicio de la creación de una galería de personajes que recorren un amplio abanico que va desde unos seres curiosos y extravagantes envueltos en situaciones estrambóticas hasta otros seres anodinos y ordinarios tomados de la realidad más cotidiana. La recurrencia habitual en él a la ironía, la caricatura y la parodia puede ocultar la parte trascendente de unas obras narrativas que tratan de enfrentar a sus personajes con su destino personal y con el devenir del mundo para que el lector tome conciencia de la versátil condición del hombre, las intrincadas relaciones humanas y las azarosas vicisitudes de la vida.
En fin, la trayectoria de Benítez Reyes demuestra su conciencia artística en un empeño creativo y reflexivo continuo a partir del equilibrio entre lo que él denomina instinto estilístico (la elección entre varias opciones estilísticas) e ideología estética (la inclusión en una tradición y la concepción propia de la literatura).
Obra poética de Felipe Benítez Reyes
Paraíso manuscrito (1982). Sevilla, Calle del Aire.
Los vanos mundos (1985). Granada, Maillot Amarillo.
Pruebas de autor (1989). Renacimiento, Sevilla.
La mala compañía (1989). Valencia, Mestral.
Sombras particulares (1992). Madrid, Visor.
Vidas improbables (1995). Madrid, Visor.
El equipaje abierto (1996). Barcelona, Tusquets.
Escaparate de venenos (2000). Barcelona, Tusquets.
La misma luna (2006). Madrid, Visor.
Las identidades (2012). Madrid, Visor.
Ya la sombra (2018). Madrid, Visor.
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Información adicional
- Universidad: Cádiz
- Investigador: José Jurado Morales
- Publicación: Lunes, 22 Marzo 2021
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